Director: Michael Dweck, Gregory Kershaw
País: Italia
Año: 2020
Director: Michael Dweck, Gregory Kershaw
País: Italia
Año: 2020
Summer of Soul (…or, When the Revolution Could Not Be Televised) (2021) - Dir. Ahmir-Khalib Thompson
Navegando el punto medio entre película de metraje encontrado y recital, el debut cinematográfico de Ahmir-Kalib Thompson (más conocido como Questlove, mítico baterista en la legendaria banda de hip hop The Roots) tiene puntos altos y puntos algo bajos. La película comienza in media res, nos ubica en el Festival Cultural de Harlem y el enganche es el siguiente: mientras en el norte del estado de Nueva York se llevaba a cabo el por demás reconocido Woodstock, en el núcleo de la ciudad y a través de cuatro semanas dio lugar el Festival de Cultural de Harlem, que, si se quiere, podría verse como la respuesta afroamericana a los acontecimientos de Woodstock. El punto mas fuerte del documental está enraizado en la tarea de traer al presente un archivo fílmico que hasta ahora estuvo perdido, mediante el cual se consiga un mayor nivel de representación y visibilidad de los gustos de minorías.
Imagenes del festival dialogan con entrevistas que le dan suficiente marco temático al recital como para entender el contexto exacto de las personas que pudieron asistir al festival. Tal es así que Thompson utiliza testimonios de participantes, el acercamiento no es tanto la experiencia visceral que representaba Woodstock sino más bien una en donde la palabra rellena los espacios vacíos de lo que no se puede ver. Esto presenta una dicotomía: por una parte no hay mejor testimonio que el de las personas que estuvieron ahí, mientras que por otro, el modo en que Thompson decide recortar esas entrevistas da una sensación de encasillamiento clásico para respetar ciertos puntos temáticos bastante evidentes, es decir, no se escarba lo suficiente como para atravesar el velo de la superficialidad.
Sin embargo, los dotes creativos del director se hacen presentes principalmente en las secuencias musicales cuyo montaje de alguna forma emula al sampleo en canciones de hip hop. El entretejido de entrevistas permanece bajo la marca rítmica del beat que presente el tema elegido, sea en el gospel de The Staple Singers o en el soul psicodélico de Sly and the Family Stone.
Si bien la causa del por qué ese archivo fílmico quedo perdido es abordado hacia el final de la película, uno termina con ganas de saber más y como es el caso en el resto del documental no se llega a un gran nivel de profundidad. La postura política del documental no presenta nada particularmente revelatorio, sin embargo, ese ejercicio de memoria a través de la recuperación del patrimonio cultural y fílmico es mas que rescatable.
La convergencia de dos comedias que no conectan en ninguna de sus aristas re-introdujo para mi en el mes de abril uno de los valores más grandes del cine: su cualidad eterna. Aquello de lo que Bazin caracterizaba como la momificación del cambio, ese status infinito, lejano del margen de la temporalidad y de la espacialidad de lo real. Cada vez que se ve cine se lidia con un pasado corrupto, que encarcelado en los confines de la pantalla se vuelve a liberar cada vez que es visitado.
Y la comedia suele ser enemiga del tiempo, porque si el cine es un reflejo del estado de las cosas, la comedia es tal vez el género que más se aferra o tal vez, que más evidentemente anuncia ese ethos social. Pero los maestros de antaño supieron trascender el sarcófago.
Our Hospitality (1923) - Dir. Buster Keaton
La película que disparó toda la reflexión fue Our Hospitality de Buster Keaton, en donde básicamente y como en la mayor parte de su carrera el director interpreta una nueva versión de su clásico shtick, es un individuo que no sabe muy bien cómo llego a determinadas situaciones y escapa de ellas de formas poco convencionales, por no decir imposibles. Lo curioso de la película es que Keaton, casi en un acto de auto-referencialidad y de una ironía perceptible, elige no realizar ni un solo chiste hasta ya entrada la primer mitad de la película. Como pocas veces el director construye el universo en donde se va a sumergir su personaje, Keaton tiene interés romántico con una muchacha que es miembro de la familia rival a la que él pertenece, el detalle es que dentro del hogar de la muchacha a Keaton no lo pueden tocar por razones morales, hay que respetar la hospitalidad. El interés romántico es el eje que lo lleva a los juegos de enredo que caracterizan las narrativas del director, por supuesto, es tan solo una excusa para la construcción de complejos sets de acción. Y si bien uno queda maravillado con las piezas más grandes de la película (en donde Buster Keaton literalmente arriesga su vida) me resulta más interesante un ejemplo más sutil de cómo el director piensa siempre en el espacio como entorno potencial para la comedia. En ese sentido la casa actúa como figura central delimitadora de espacios, el interior de la casa funciona como terreno seguro para el protagonista y el exterior, pues, lo contrario. Lo que genera esto es un constante juego de expectativas, como un contrato entre el espectador y el director en donde comprendemos cuales son las reglas del juego en el interior como en el exterior del hogar, se da entonces una codificación del espacio físico.
Bad Trip (2020) - Dir. Kitao Sakurai
Eric Andre siempre fue elusivo a las convenciones de la comedia como género, lo que caracteriza la mayor parte de sus intervenciones artísticas es el absurdo y sobretodo un sentido del extrañamiento poco común. A primer vistazo Bad Trip parece ser el primer acercamiento del actor en realizar una comedia mainstream, sin embargo, cuando uno comienza a ver la película parece bastante claro que es todo una coartada para a través de los espacios comunes llevar al género a sus límites. Y lo hace a través de la cámara oculta, estampa del cine de comedia estadounidense en el siglo XXI. En ese sentido, la película logra trascender el mero artilugio de la cámara oculta y asciende a un difuminado encuentro entre las barreras de la ficción y la realidad. Lo curioso sucede cuando las reacciones humanas no son en absoluto distintas a los clásicos clichés que encontramos en películas del día a día. Como sin quererlo se reabre la vieja discusión: es el arte que afecta al comportamiento humano o el comportamiento al arte. De alguna forma se da una exploración de esa cualidad ouroborica de la relación cine-realidad, y tanto Sakurai como Andre tienen el suficiente tacto como para comprender el funcionamiento de la modernidad en donde hoy más que nunca el acto performativo, sea enmarcado dentro de las normas de género cinematográfico como en los códigos de comportamiento de las redes sociales, es una clave fundamental de la vida diaria.
Les Demoiselles de Rochefort (1967) - Dir. Jacques Demy
Algunas otras películas que llamaron mi atención en el mes: Barbara de Christian Petzold por su sutileza para entender el mundo político como el personal, Los Muertos de Lisandro Alonso en su análisis con tintes bíblicos del hombre como ser primitivo, Les Demoiselles de Rochefort de Jacques Demy por su puro jolgorio cinematográfico estampado en un soundtrack maravilloso.
Radu Jude vuelve a salvar el día en un mes carente de revelaciones.
Bad Luck Banging or Loony Porn (2021) - Dir. Radu Jude
Jude nuevamente disecciona las formas en que la historia deja sus marcas en el presente. Bad Luck Banging parece la continuación inmediata de los bosquejos finales de Uppercase Print, la película anterior del director rumano. Hay un interés fundamental por entender cómo la arquitectura y el diseño urbano configuran y moldean los accionares individuales. Si aquel joven rumano que hizo un grafiti en protesta del gobierno fue castigado en Uppercase Print, ¿Qué se debería hacer en el panorama actual en donde toda la ciudad está panfletada y repleta de mensajes que intentan dirigir las personalidades? No es una pregunta que sorprenda viniendo de un director que colocó a un sitio de arquitectura forense entre sus “películas” favoritas de 2020.
Y todo este juego parece coherente en una película que insiste permanentemente con el poder de los sistemas de valor infligidos a través de la ideología, sea esta política o religiosa. Los primeros dos actos de la obra actúan casi como de manual para comprender no sólo el contexto sino también el lexicón del tercero. En un movimiento cercano al Godard de la era Dziga Vertov, Jude utiliza un diccionario visual de palabras que van a hacer empleadas en el último segmento de la película. Es una jugada maestra en donde el director no solo aprovecha para explicar su visión con respecto a cada uno de los puntos focales que entran en juego en la película sino además para introducir el hecho de que todo tipo de praxis no puede estar nunca exenta de marco teórico.
Retornando nuevamente a momentos anteriores en su filmografía el tercer acto de Bad Luck Banging actúa de modo similar al de I Do Not Care if We Go Down In History As Barbarians, en donde todo se dirige a un gran evento que va a determinar el resultado del marco teórico enseñado. Es una secuencia que se acerca de forma bastante precisa a lo que sería una columna de comentarios en facebook en la vida real. Desde apología a la dictadura, banalización del mal como mero sexismo componen en tono de comedia otro final memorable en la carrera de un director que nunca se cansa de reinventarse a sí mismo, de reinventar el lenguaje cinematográfico y de ir en oposición al enceguecimiento histórico.
El ejercicio de la reflexión cinematográfica a través del uso del medio ha sido históricamente fuente de grandes películas, sea sobre el proceso de realización de una película o en el análisis de los componentes que hacen al medio. El proceso metatextual que implica semejante ejercicio posibilita un juego interno que se mueve sigilosamente por debajo de los confines convencionales de la narración. De alguna forma, siempre que se hace cine se ejerce una declaración de los principios ontológicos del medio, pero este tipo de realizaciones se intoxican con ese propio estado de ser. Parecen recorrer un camino inverso, al hablar de cine se puede llegar a hablar de algo que va más allá del mismo. Febrero estuvo marcado por algunos directores que, ya sea por un interés en la deconstrucción material del medio o por un apasionado amor al arte cinematográfica, dedican gran parte de su obra a lo meta-reflexivo.
The Arrival (1998) - Dir. Peter Tscherkassky
Mediante trabajos que implican el análisis material de los componentes que hacen a la película la obra del austríaco Peter Tscherkassky es un reflejo absoluto de este tipo de cine. En su duración de tan solo dos minutos, The Arrival cuenta una historia de amor a través de lo oculto. Es un ejercicio de reconstrucción a través del desglose de los elementos principales de una película. El corto comienza con una imagen, o tal vez una contra-imagen, se ven trozos de film merodeando por la periferia de la pantalla. Se decide mostrar lo escondido, ¿que estamos viendo si no estamos viendo la película?. Tscherkassky realiza de alguna forma una cosmogonía cinematográfica, en el comienzo no había nada y luego apareció el film. Y como no podía ser de otra forma, la primera imagen que contiene el film es la llegada de un tren, en ese momento comienza esa historia de amor entre el cine y la pantalla.
Yoyo (1998) - Dir. Pierre Étaix
La obra de Tscherkassky transita la reflexión mediante un ejercicio más bien frío y calculado de lo material. En contrapartida Yoyo de Pierre Étaix es un homenaje a la historia del cine a través de la emoción. La narración cuenta de modo bastante ligero la vida de un payaso que se convierte en artista y termina trabajando para la televisión. Lo curioso de la película es que está segmentada en tres partes donde cada una de ellas representa un momento en la historia del cine. El primer segmento de la película es muda, y la representación tanto actoral como sonora rinde homenaje a los recursos estilísticos de la época. Por supuesto, Etaix es lo suficientemente creativo como para escapar de la mera referencia y llevarla a un lugar de trascendencia. En este sentido a Étaix se lo puede comparar con los grandes comediantes-directores que hicieron de su aparición en cámara un personaje mítico (a lo Chaplin, Keaton, Tati). El trabajo conjunto de Étaix con su guionista Jean Claude Carriere (que más adelante trabajaría con Luis Buñuel) crea una comedia en donde los gags presentan varias capas de significación, se dan varias dinámicas en donde el juego con el fuera de campo y el pasaje de la pintura a la imagen en movimiento son el ancla humorística. El segundo segmento de la película involucra la llegada del sonido y así como vemos crecer al cine también vemos crecer al protagonista que es enviado a la guerra. Las referencias al cine de Fellini en su uso del realismo mágico y el surrealismo tiñen a la experiencia como una carta de amor de un director a su arte. La película muy inteligentemente usa este recurso para hacer una historia emocional de la llegada de diferentes recursos tecnológicos, pues una vez entrada la tercera parte en donde llega la televisión la nostalgia del protagonista por su infancia hace espejo de la nostalgia del cine por sus tiempos primigenios. Hay un sentimiento de añoranza por aquella magia de la primera etapa del cine que inunda la pantalla. A su vez esta tercera instancia es reminiscente de algunos de los mejores momentos de la filmografía de Tati (con quien Étaix trabajo en Mon Oncle) sobretodo en la mecanización del humano en pos del desarrollo post-capitalista. Ese contraste entre la llegada a un universo inerte y la memoria de uno empañado por la inocencia infantil enmarcan a Yoyo.
Montaña en Sombra (2012) - Dir. Lois Patiño
Aunque tal vez esté un tanto separada de la temática central de esta entrada, los cortos de Lois Patiño dejaron un impacto bastante grande en mis visionados de este mes. Montaña en sombra y Fajr son títulos que sobresalen por su estudio sobre la forma en que el humano y la naturaleza interactúan. Se puede afirmar que esta última es la protagonista de ambos cortos, el director pone énfasis en la inmensidad de la naturaleza en comparación a la diminutez humana. Se hace de la interacción entre ambas fuerzas un intercambio comunicativo en donde tanto humano como naturaleza están sujetos a cambio. Los grandes planos generales son moneda corriente en las películas de Patiño, le permiten dejar al humano como una mera mancha en el fondo absoluto tanto de las montañas en Montañas en Sombra como del desierto en Fajr. La palabra hablada siempre ocurre por fuera de la pantalla dejando a los personajes como avatares sin posibilidad de acción, casi como estatuas petrificadas por el tiempo. A su vez, la imagen está en muchos casos modificada para generar un aura de extrañamiento que transporta lo cotidiano de la naturaleza a lo extraterrestre. De tal manera lo sobrenatural es también un elemento fundamental en la obra del director que entiende que la forma que tiene el humano de justificar su rol menor en esa relación de poder es a través de la presencia de un elemento divino o superior, es de esa interacción es que nace lo mítico. Ambas obras de Patiño como su más reciente película Lúa Vermella indagan en ese intercambio en donde pasado y presente están en contacto a través de la perpetuidad de la naturaleza y de las narrativas que creamos alrededor de ella.
Ici et Ailleurs (1976) - Dir. Jean-Luc Godard
Algunas otras películas que llamaron mi atención en el mes: Ici et Ailleurs de Jean-Luc Godard por su análisis de la otredad a través de lo cinematográfico, Harlan County U.S.A. de Barbara Kopple en la infinidad de recursos narrativos en su búsqueda de la verdad, Terrorizers de Edward Yang como estampa de la globalización y la contaminación de occidente, Ariel de Aki Kaurismäki por su economía narrativa y lo humanidad de sus personajes.
Nuevo año, nueva sección: una breve recapitulación navegando por las películas que más me gustaron en el mes. Enero se caracterizó por algunos reencuentros con bien conocidos exponentes, así como también algunas aventuras con directores los cuales aún no había explorado. De modo arbitrario el mes se vio trazado por un interés temático en la reflexión cinematográfica sobre la condición humana. Desde Dumont, pasando por Kiarostami y llegando a Takahata, las diferentes formas de representar lo que significa ser humano a través de avatares bien distintos fue un acercamiento revelador.
L’Humanité (1999) - Dir. Bruno Dumont
Mi primer encuentro con Bruno Dumont me encontró un tanto perplejo, la forma en que el director configura el problema de los males más grandes de las sociedades occidentales modernas sin pasarlas por el lente de la moralidad hacen que los visionados tengan un impacto profundo. El comienzo de L’Humanité (1999) así como algunas secciones de Twentynine Palms (2003) se caracterizan por un acceso directo a situaciones de crueldad terribles, la violación es un suceso recurrente y con ella llega la perdida de sistemas de creencia, la culpa y las consecuencias del capital como sistema que da lugar al patriarcado. Lo que hace a Dumont tan particular es el virtuosismo de esquivar las representaciones viles de estos males, la crueldad se da como vía de acceso a un humanismo puro, es un recorrido inverso pero que mucho sentido tiene en la entrada al nuevo milenio donde la ausencia de figuras divinas escapan a la escatología.
Ten (2002) - Dir. Abbas Kiarostami
Casi como en oposición a la cadencia reflexiva y contemplativa de las películas de Dumont, Ten de Abbas Kiarostami es una película repleta de verborrea excesiva. El concepto es tan sencillo como efectivo, son diez escenas de una mujer manejando en su auto teniendo diálogos con diferentes figuras que dan acceso a la comprensión de la sociedad iraní. El ancla de la película es la relación de la mujer con su hijo que dan vía de entrada a la reflexión sobre la posición de la mujer en su rol de madre, como así también a la forma en que los procesos de socialización hacen del niño el proyecto perfecto de la masculinidad misógina. La religión y la sexualidad son puestas en tela de juicio a través de una anciana y una prostituta, esta última posee un peso gravitacional en la película. Kiarostami logra una atmósfera casi de confesionario al colocar la cámara en la ventana frontal del auto, este es el único punto de vista que poseemos durante toda la película. Es en la escena de la prostituta cuando el punto de vista finalmente se quiebra, por primera vez vemos a través de los ojos de la madre. Es un ejemplo brillante de cómo a través de un minimalismo económico en el uso de la cámara un simple cambio de punto de vista puede adjudicar a una escena el enorme peso de la empatía.
Only Yesterday (1991) - Dir. Isao Takahata
Si la película de Kiarostami es sobre el acceso a uno mismo a través de la comunicación, Only Yesterday de Isao Takahata es sobre ese proceso de retrospección a través de la memoria. Las huellas que marca la infancia en la vida de una persona como carácter permanente, el mito de la adultez y la confluencia entre ambas etapas dan lugar a una exploración auténticamente hermosa sobre decidir como dirigir la vida propia rindiéndole honor a uno mismo. El diálogo entre pasado y presente se da a través de flashbacks que ven en la animación recursos fantásticos para representar procesos internos como el primer enamoramiento, la simple sensación de curiosidad por probar una fruta por primera vez o el sentimiento de culpa por no haber prestado atención a ciertas personas en la infancia. Es una película que de alguna manera hace honor a la tradición del cine de Yasujiro Ozu en su enfoque sobre las cosas simples de la vida. Fuera de sus artilugios emocionales, la secuencia final de la película es de una lucidez increíble: presente, pasado y futuro finalmente convergen.
Black Girl (1966) - Dir. Ousmane Sembene
Algunas otras películas que llamaron mi atención en el mes: Black Girl de Ousmane Sembene por su activismo político en denuncia del hombre blanco occidental, Bleak Moments de Mike Leigh como el debut de un maestro de la comunicación humana, Reassemblage de Trinh T. Minh-ha en su destrucción de la etnografía clásica en pos de un punto de vista subjetivo, Aparajito de Satyajit Ray en su cualidad emocional en el proceso de maduración de un joven atravesado por el imperialismo británico, Whispering Pages de Sokurov como una contemplación hermosa sobre Dostoievsky.
Director: Darius Marder
País: Estados Unidos
Año: 2019
La obra prima de Darius Marder juega de forma muy delicada en el espectro de lo sensorial y de lo sensible, la trama está atravesada por un baterista de una banda de metal que pierde la capacidad de audición y la forma que este se enfrenta a la situación. La película muy inteligentemente utiliza la carencia de un sentido para marcar permanentemente el lugar donde se posiciona el espectador a la hora de interpretar los planos. A su vez ancla el centro de significación en una de las patas más olvidadas de la realización audiovisual que es en su eje auditivo. Entonces en vez de hacer de la carencia de escucha un problema ajeno al espectador, Marder nos invita a que recibamos la realidad de la forma que lo hace el protagonista. Es un enfoque oportuno porque no sólo desmitifica a toda un área de la población que siempre está muy poco representada sino que además es un vehículo para recordar que dentro de la narrativa clásica siempre hay lugar para que la forma esté en servicio del contenido. El truco de Marder está en ver en el silencio una forma de sonido, la forma en que yuxtapone el punto de vista del protagonista con el punto de vista neutro es brillante pues permite que esa ausencia de espacio auditivo se transforme en presencia física para el espectador.
Cabe notar que uno de los involucrados en la creación de la historia es Derek Cianfrance, director de recordados melodrama de la década pasada como Blue Valentine y The Place Beyond the Pines. En Sound of Metal existe bastante de su sensibilidad a la hora de encarar las relaciones humanas, Marder saca provecho de esa influencia y al conjugarse con el juego estético anteriormente mencionado logra una película con un tacto sobresaliente. La lucha dual entre sentir paz con el cambio y querer volver a la forma de vida pasada es el vehículo que produce el movimiento de la película y Riz Ahmed realiza un trabajo prodigioso para poder equilibrar ambas fuerzas en un papel por demás complejo.
Director: Jon Bois
País: Estados Unidos
Año: 2020
El año es 2020, la plataforma es Youtube. Uno de los documentales más exhaustivos y detallados del año es lanzado y sin causar mucho revuelo se esfuma de la esfera pública.
La accesibilidad está a la palma de la mano del consumidor. El documental existe, y está ahí esperando a ser visto, el cruel mercado de las distribuidoras marcará que el documental no sobrevivirá para seguir contando historias. Tal vez sea por su temática de nicho, el béisbol es un deporte que no se juega a nivel mundial, y quienes lo miran en los países donde no se juega son, por decirlo levemente, los menos. Tal vez sea por su aterradora duración (pocos minutos fuera de las 4 horas). Sin embargo ninguno de estos dos “obstáculos” han frenado a ningún film (sea ficción o documental en las borrosas fronteras de ambas categorías) de llegar a millones de pantallas. El caso de O.J.: Made in America puede resultar ejemplar, es un documental sobre un deporte que sólo se juega a nivel profesional en tan solo dos países, cuya duración es de alrededor de 8 horas y que sin embargo gozó de alabanzas por parte de la crítica y del espectador a nivel mundial.
La sospecha principal tiene que ver con el medio de distribución y con el halo de prestigio que conllevan determinadas instituciones, se puede tomar menos o más en serio determinadas obras teniendo en cuenta el lugar de su almacenamiento virtual.
La historia de los Seattle Mariners es la historia de un equipo deportivo envuelto por el fracaso, el bizarro y lo inesperado. No existen muchos clubes en el mundo que hayan sobrevivido a su posible extinción no una, ni dos, sino tres veces. Tampoco existen muchas instituciones que hayan sido fundadas por el financiamiento colateral de un presunto ladrón de bancos. Son elementos que hacen a la historia del equipo riquísima en curiosidades pero sobre todo ponen el énfasis en la dimensión humana de lo deportivo. La genialidad del documental reside en ese elemento, recordando que detrás de toda campaña deportiva, detrás de todo héroe, detrás de todo villano, existen personas y existen fanáticos. Ellos escriben la historia de una institución tanto con lo que hacen adentro de la cancha como fuera de ella, es la escritura de mitos en vivo y en directo.
Todo lo mencionado es muy interesante pero donde el documental realmente se despega de otros es en su presentación formal. El incremento de las estadísticas en el mundo deportivo a la hora de la toma de decisiones ha explotado potencialmente desde la llegada de los avances tecnológicos (la premiada Moneyball protagonizada por Brad Pitt explora muy bien estos temas). Jon Bois decide trazar un siguiente paso dotado de la misma lógica, todo el documental está presentado en un gran calendario que compone todos los años de existencia del club, acompañado por gráficas de estadísticas que reaparecen y se reinventan permanentemente durante el documental. Lo que comienza como un calendario vacío se va completando en un collage de recuerdos, como una pequeña caja que uno guarda en la infancia y que al encontrarla en la adultez permite un vehículo directo a los elementos que acompañaron a esos mojones de la vida temprana.
Es un producto con una excelente presentación formal y contenido afincado en lo humano con una narración fantástica la cual tiene dotes de humor y de gran profundidad emotiva. Sin embargo ahí está, perdido en la vasta marea del contenido virtual. Me pregunto qué hubiera pasado con el documental de haber sido estrenado por alguno de los grandes monstruos del streaming, ¿hubiera tenido el mismo éxito del que gozó, por poner un ejemplo, The Last Dance?
Tal vez sea hora de dejar de mirar a estas instituciones con tanto respeto, tal vez sea hora de democratizar la mirada. Valorar las cosas por lo que son y no por quienes las presentan.
Se puede ver acá
Director: Spike Lee
País: Estados Unidos
Año: 2020
Tiempos de pandemia sirvieron como recordatorio de aquel acto de comunión casi religiosa que son los conciertos musicales. La nueva entrada en la carrera de David Byrne se enraíza en el elemento esencial de ese fenómeno: el carácter humano. Despojado de todo tipo de exacerbación teatral Byrne compone una obra que es en igual partes honesta y austera. Los únicos elementos de utilería que se ven en el escenario son los instrumentos y sus intérpretes, una apuesta al minimalismo que enfatiza la conexión con el espectador. El mismo Byrne establece que la idea de la obra es justamente eliminar todo lo excedente y dejar solo lo esencial, esto es, a los individuos que realizan el show.
En lo que se diferencia American Utopia de la mítica Stop Making Sense es en su intento didáctico, aquel fervor sudoroso y grandilocuente de la película dirigida por Jonathan Demme queda un poco de lado ante una apuesta más templada, motivada por transmitir un mensaje y por elaborar de forma concisa un concepto. Para esto Byrne opera como orador entre determinados momentos de la setlist llevándonos a través de relevantes tópicos de la sociedad estadounidense como el racismo y la migración pero con un ancla notoria en las próximas elecciones presidenciales. No sorprende que el compañero para la creación visual de este show haya sido Spike Lee quien nunca se esconde ante la posibilidad de presentar sus ideas políticas. La pareja Lee - Byrne en mayor parte es un gran triunfo. Hay un gran cuidado en la fotografía, planos con múltiples sentidos y gran carga semántica que enriquecen a la experiencia musical y la elevan a un nivel superior. Por momentos el director puede pecar de ser poco sutil y eso a veces le juega en contra a la obra pero a fin de cuentas son más los logros que los fracasos en las elecciones directoriales.
Hay un gran manejo del equilibrio musical, capítulos de movimiento encapsulados de energía como en “Burning Down the House” o “Born Under Punches” se yuxtaponen satisfactoriamente con los lapsos rítmicamente más lentos y sentimentales. Momentos como “I Should Watch TV” o “I Dance Like This” son ejemplos de la multiplicidad de recursos que Byrne utiliza para transmitir el mensaje de forma directa y clara.
Es una obra fantástica y cohesivamente sólida, una obra de un artista que a través de las décadas nunca se canso de reinventarse y de interesarse en su público. Si Stop Making Sense fue una invitación al jolgorio desenfrenado, American Utopia es un regalo de Byrne para con su audiencia, un recordatorio de por qué lo escuchamos a él y por qué hay que hacer en aquel sinsentido que es la sociedad moderna un esfuerzo por unir en vez de separar. Y si es a través de la música, mejor.
Las películas de Kelly Reichardt están siempre enmarcadas por un acercamiento sobre la forma en que los sistemas económicos estructuran las relaciones interpersonales. El verdadero interés de la directora está en cómo los individuos que se mueven dentro de esas estructuras responden a ellas y de qué forma lidian con su realidad histórica, es un acercamiento materialista a la exploración del individuo con el mundo y que se repite a lo largo de su carrera. En algunos casos este marco de interacciones se ve mediado por la lucha política (Night Moves) y otras veces se da en la relación humano-animal (Wendy and Lucy) pero siempre son los vínculos afectivos la portada temática de las películas de Reichardt.
First Cow no es la excepción, la película trata sobre un cocinero que toma contacto con un inmigrante chino en el marco de la llegada de una vaca a un pueblo de Oregon en finales del siglo XIX. La llegada del animal es un símbolo del advenimiento comercial y de mercadeo que pone los propios cimientos de lo que conocemos hoy como el poderío económico estadounidense. Reichardt enfatiza lo táctil en su acercamiento a lo cinematográfico, ve en el cocinero a un artesano que toma elementos de la naturaleza y los transforma como si se tratase de alquimia. Por encima de todas las cosas la relación fundamental de la película es entre humano y naturaleza, o más bien, entre humano y la corrupción de la naturaleza en búsqueda de bienes materiales.
El más reciente trabajo de Jodie Mack es una sinfonía de una ciudad cuyos habitantes están desaparecidos, siendo estos reemplazados por numerosos ejemplares de telas. Es un ejercicio que en su exploración de los espacios urbanos y el entramado social se mueve en la vena de Dziga Vertov pero que en su composición estilística presenta un montaje con un tempo aceleradisimo que recuerda a la mayor parte de la obra de Stan Brakhage.
No es casualidad que la elección realizada por Mack sea poner a las telas como protagonista, el concepto de tejido es de suma importancia en la obra. De la misma manera que una tela implica un entretejido de hilos que forman una estructura, Mack ve en la sociedad un entretejido de relaciones humanas y comerciales acompasadas por las acciones realizadas en ella. Dicha asimilación se da en la película a través de una libre asociación de motifs visuales cuya constante son los patrones geométricos entre las telas y variadas imágenes, tanto de mapas como de distintos puntos de ciudades. Asimismo, la directora introduce imágenes de textos y diccionarios a la mezcla. Recordemos que la palabra texto en su raíz etimológica significa precisamente tejido, de esta forma el acto comunicativo y el lenguaje no escapan de las estructuras que plantea Mack. Consecuentemente la película en sí misma es la realización fáctica de lo planteado, el cine como lenguaje implica un zurcido de diferentes planos que es llevado a cabo por el montaje y que en su totalidad es el resultado de la confección humana. The Grand Bizarre es un collage audiovisual que en su frenesí rítmico y su constante búsqueda por patrones que den sentido a la realidad cautiva al espectador.
Resulta casi imposible hablar de DAU sin desarrollar sobre las gigantescas dimensiones de su producción (de esto ya se encargaron muchos otros), me interesa sin embargo realizar una breve exploración de las consecuencias materiales en las que dicha magnitud de ejecución cinematográfica toma efecto en la vida de sus protagonistas.
Porque DAU Natasha en su recreación (¿o se puede hablar de simulación?) de un instituto científico de la URSS en los años 50 se mueve en terrenos frágiles en donde las fronteras entre performance y documentación están como mínimo borrosas. Se puede decir que la relación entre ambos términos representa los polos opuestos de un continuum, en este sentido la película elimina la concepción absoluta de los mismos, dejando un producto que al bascular entre ambos polos deja más preguntas que respuestas. Una escena en particular que atestigua esta situación es la de la actriz Natalia Berezhnaya reclamando por su falta de libertad, se pregunta cuál es el sentido de seguir esforzándose día a día e insulta a los causantes de su contexto. Es un monólogo que tiene dos posibles lecturas, la primera es dentro del universo contextual del contenido en el que se maneja la película (que es el regimen autoritario de la URSS), en este caso suponemos que la voz es la de la protagonista en su performance. La otra lectura es que esos insultos sean dirigidos al director de la película, que en su afán de simular la realidad histórica repite los lamentos que acarrea la misma. Por oposición en esta perspectiva pensamos la voz como documento de un sentimiento legítimo de la actriz.
Esto es un ínfimo fragmento dentro de la mastodóntica obra que significa DAU pero que a mi entender presenta un interesante caso de las difusas barreras entre el arte y la realidad.
Un pesadilla gótica en donde el diálogo entre la vida y la muerte hace oscurecer las fronteras del uno y el otro, tal vez porque en este enfrentamiento no haya frontera alguna. Rollin le da una vuelta de tuerca al género zombie, su visión pone énfasis en lo laberíntico del cementerio como construcción arquitectónica en donde los "hogares" y avenidas de los vivos se asemejan a la de los difuntos. De igual forma las oxidadas vías del tren y las desoladas locaciones remiten al cementerio. Rollin enfatiza tanto este paralelismo que la película al igual que sus protagonistas parece enterrarse en la monotonía de su propia lápida. El diálogo es escaso y el abordaje temático a través del mismo no es lo suficientemente sólido para sostener el peso de sus palabras, llevando a que por momentos las enunciaciones poéticas parezcan balbuceos reciclados de otras obras góticas. Es un intento minimalista de decir mucho con poco pero que termina por decir nada.