Director: Michael Dweck, Gregory Kershaw
País: Italia
Año: 2020
Con un acercamiento vinculado a la observación y un sentido del formalismo visual muy marcado, el segundo documental de Michael Dweck ofrece un pequeño vistazo a una comunidad de cazadores de trufas en el norte de Italia. El director recoge fragmentos de la vida diaria de varios protagonistas, que se caracterizan por ser personas ya entradas en la vejez, cuya mayor compañía son sus acompañantes de caza caninos. El documental realiza una interesante tarea de entender a la trufa como objeto simbólico, para los protagonistas la caza no es una mera actividad ni un trabajo para ganarse el pan, implica un arte al cual están devotamente sacrificados, a tal punto que uno de los cazadores sueña con una vida metafísica en "el más allá" en donde pudiese seguir recogiendo trufas. Estos momentos de la vida cotidiana están puestos en yuxtaposición por varias secuencia de la industria del mercado de trufas, sea en un mercado negro interno para acceder al bien preciado o a través de empresas y restaurantes. Si se quiere, hay un abordaje temático relacionado a las diferencias del valor de un objeto entre quien trabaja y quien consume, en donde los primeros sienten que su tarea es fetichizada resultando en la frustración de algunos de los cazadores.
Sin embargo, es aquí donde el documental está más en falta, ese acercamiento termina por ser un mero bosquejo, Dweck sacrifica la tarea expositiva de entender lo intrincado de la industria por una presentación más austera con mucho más énfasis en los personajes y sus problemas diarios. Si bien es una tarea conmensurable, al hacer esto se pierde el contexto de la vida de los personajes que son tan preciados para el director. En una de las secuencias más solemnes del documental un cazador lidia con la muerte de uno de sus perros acompañantes que, al parecer, fue envenenado, como si se tratase de una situación en donde cazador es cazado. Pero esa trama termina por ser, como las trufas mismas, subterránea, y el momento de duelo no termina de lograr ese golpe emocional al que aspiraba el director.
Es entonces la cualidad técnica por sobre la narrativa la que carrea en gran parte a la película, y es allí donde Dweck, que fue fotógrafo anteriormente a realizar su primer película, se siente más cómodo. La humedad y los verdes de los bosques italianos es capturada fantásticamente. Algunos de los encuadres son por demás ambiciosos y pagan con creces, grandes planos generales disminuyen a los personajes y los representan como un insignificante actor dentro de lo vasto de la naturaleza. Sin embargo, la coronación de esa ambición estética se da cuando el director coloca una cámara GoPro en la cabeza de un perro acompañante, nos pone literalmente en los ojos de un perro corriendo por esos bosques. Si el cine se trata de entender diferentes perspectivas, este último momento termina por ser casi milagroso.
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