Radu Jude vuelve a salvar el día en un mes carente de revelaciones.
Bad Luck Banging or Loony Porn (2021) - Dir. Radu Jude
Jude nuevamente disecciona las formas en que la historia deja sus marcas en el presente. Bad Luck Banging parece la continuación inmediata de los bosquejos finales de Uppercase Print, la película anterior del director rumano. Hay un interés fundamental por entender cómo la arquitectura y el diseño urbano configuran y moldean los accionares individuales. Si aquel joven rumano que hizo un grafiti en protesta del gobierno fue castigado en Uppercase Print, ¿Qué se debería hacer en el panorama actual en donde toda la ciudad está panfletada y repleta de mensajes que intentan dirigir las personalidades? No es una pregunta que sorprenda viniendo de un director que colocó a un sitio de arquitectura forense entre sus “películas” favoritas de 2020.
Y todo este juego parece coherente en una película que insiste permanentemente con el poder de los sistemas de valor infligidos a través de la ideología, sea esta política o religiosa. Los primeros dos actos de la obra actúan casi como de manual para comprender no sólo el contexto sino también el lexicón del tercero. En un movimiento cercano al Godard de la era Dziga Vertov, Jude utiliza un diccionario visual de palabras que van a hacer empleadas en el último segmento de la película. Es una jugada maestra en donde el director no solo aprovecha para explicar su visión con respecto a cada uno de los puntos focales que entran en juego en la película sino además para introducir el hecho de que todo tipo de praxis no puede estar nunca exenta de marco teórico.
Retornando nuevamente a momentos anteriores en su filmografía el tercer acto de Bad Luck Banging actúa de modo similar al de I Do Not Care if We Go Down In History As Barbarians, en donde todo se dirige a un gran evento que va a determinar el resultado del marco teórico enseñado. Es una secuencia que se acerca de forma bastante precisa a lo que sería una columna de comentarios en facebook en la vida real. Desde apología a la dictadura, banalización del mal como mero sexismo componen en tono de comedia otro final memorable en la carrera de un director que nunca se cansa de reinventarse a sí mismo, de reinventar el lenguaje cinematográfico y de ir en oposición al enceguecimiento histórico.